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Las víctimas: el corazón de la paz

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El silencio de los inocentes clama por justicia

Colombia Sin HeridasPor Patricia Guerrero*

Alianza Colombia sin heridas

Con respeto por el dolor de todas las víctimas, en esta oportunidad me quiero referir a las víctimas de violencia sexual. En primer lugar, la Fiscalía General de la Nación no ha respondido como se ha esperado respecto de este crimen cometido por todos los actores armados en el conflicto.

La Fiscalía tiene sobre sus hombros la responsabilidad de investigar, de generar acciones conducentes a la búsqueda de los hechos, de establecer los nombres de los perpetradores ya individuales ya colectivos, de aplicar los protocolos de búsqueda de pruebas materiales en los restos hallados, de cruzar información en su bases de datos así como de definir los escenarios de guerra que prohijaron que este crimen  fuera masivo y sistemático y todo ellos con la mayor celeridad posible.

No es aceptable que además del testimonio, ya de por sí revictimizante para cientos de hombres y mujeres, jóvenes niñas y niños, se les siga exigiendo a las victimas las pruebas de los crímenes que se cometieron contra ellas, en muchas ocasiones contra sus hijas, hermanas y madres aún en su presencia. Fuera de eso, no se les cree, se desconfía de sus testimonios, se les discrimina, se les prejuzga: los prejuicios machistas de los operadores judiciales se imponen y, finalmente, por una u otra razón se archivan los procesos.

En la medida que se aleja la prueba, se aleja la posibilidad de hacer justicia y de encontrar la verdad cuando los perpetradores no quieren confesar el delito, lo que resulta cierto la mayoría de las veces.

La justicia transicional abre la posibilidad de la confesión. Ese ha sido el objetivo de la Ley 975 de 2005, pero hasta ahora no ha habido la respuesta esperada. Es entonces cuando la Fiscalía tiene que actuar y hacer gala de su capacidad pro activa e imaginativa, para que la impunidad sobre los crímenes de violación sexual no continúe siendo una pauta histórica como ha ocurrido en la mayoría de los conflictos armados.

Solo hace unas semanas se cayó nuevamente el proceso contra el general Ríos Montt en Guatemala por una vergonzosa actuación de la Corte Suprema de Justicia de ese país, que declaró la nulidad del proceso de genocidio y violación sexual.

Tuve la oportunidad de conversar con Rigoberta Menchú sobre el asunto el pasado 29 y 30 de mayo en Belfast en el marco de la Conferencia Internacional para Superar el Militarismo y la Guerra auspiciada por las mujeres galardonadas con el Premino Nobel de la Paz. Asimismo, compartí estas inquietudes con Rosalina Tuyuc Velasqués, coordinadora General del Consejo Nacional de Viudas de Guatemala, indígena K’iche’, quien entre las cosas que hacía cuidaba con otras viudas los lugares en donde sabían se hallaban los restos de cientos de indígenas asesinados por los militares.

Frente a esta absurda decisión no se derrumbaron y decidieron seguir adelante y no desfallecer.  Al fin y al cabo, han dedicado sus vidas a las víctimas del genocidio y la violación sexual en Guatemala, conflicto del que son sobrevivientes. Ellas son, como miles de mujeres alrededor del planeta, un ejemplo indeclinable de valor y coraje de las mujeres, ni más ni menos el mismo de las mujeres colombianas, que hoy reclaman un lugar en el proceso de conversaciones de paz de La Habana para proteger de la impunidad los crímenes de violencia sexual cometidos por todos los actores del conflicto: Fuerza Pública, guerrillas y bandas criminales.

*Consejera para Colombia de la Campaña Internacional para Poner Fin a la Violación Sexual en Conflicto Armado


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